
La vida por un selfi

Desde tiempos inmemorables, todos los pueblos del mundo comprendieron, a partir de sus creencias, religiones y espiritualidades, que las enfermedades tenían que ver con algún tipo de desequilibrio, pérdida de armonía o contradicciones no resueltas. Hoy existen muchos estudios sobre el tema y todas las conclusiones confluyen en que la mayoría de las enfermedades graves son consecuencias de un quiebre energético, una especie de cortocircuito que nos desconecta del mundo.
La civilización occidental, tal como la conocemos, la única universal y la única que pretende ser única, reemplazó al valor de la armonía por el de la búsqueda del 'progreso', confundiéndonos y reemplazando los infinitos misterios del espíritu por las mil maravillas tecnológicas.
Si tuviéramos que elegir un elemento que representa el cambio radical en el estilo de vida y la manera de ver las cosas, el que más diferencia a las generaciones de hoy con las de solo hace un par de décadas, sería, sin duda, el teléfono móvil conectado a Internet. Más que un artefacto, ahora es una imprescindible extensión de nuestros cuerpos, que, supuestamente, nos conecta con el mundo, pero desconectándonos de nosotros mismos. Si a alguien se le ocurriera confeccionar la enciclopedia completa de cómo manipular al ser humano, en el diseño de su carátula tendría que aparecer la imagen de un 'smartphone' y las manos de su propietario feliz, sacándose una selfi.

En el capitalismo clásico de la época de Marx, el trabajador estaba desposeído de absolutamente toda tenencia en el mundo para subsistir y, por lo tanto, sólo poseía su fuerza de trabajo, conocimientos o aptitudes, que, bien o mal, podía vender para obtener a cambio un sueldo. Seguramente podría tener algunas horas libres, fuera de la jornada laboral. El sistema actual, omnipresente en todo el entorno y en nuestros dispositivos digitales, desde hace tiempo se apropió no solo de todo nuestro tiempo libre, sino también de nuestros sentimientos y deseos, predeterminados por las redes sociales, sistemas de mensajería y, en general, por cada pixel de millones de pantallas que nos acompañan, nos aconsejan y nos vigilan.
Tal vez, la frágil maravilla del ser humano fue diseñada y/o evolucionada para poder, encontrándose a solas con la tierra, el agua, el fuego y el aire, y en la interacción colectiva con otras personas, construir en su imaginación mundos y sueños, superando nuestras limitaciones físicas y creando sentidos capaces de traspasar el umbral de nuestra muerte física. Tal vez, somos las herramientas de un misterio, creado para descubrirse a sí mismo. Por lo menos, para saber si es así, necesitamos silencio y comunicación, ritmos del mar y ráfagas de viento, olores de la infancia y el juego de las nubes en el cielo cuando atardece. También las distancias físicas, soledades, dudas, nostalgias y reflexiones. Cuando el amplio abanico del horizonte de nuestra mirada es reemplazado por un par de pulgadas en la pantalla, que atrapa nuestra vida desde el momento de despertar hasta la hora de dormirnos, algo esencial de nosotros se bloquea.
Ahora hay fuertes discusiones sobre los límites de lo privado, la sobreexposición de los menores en las redes sociales y el 'sharenting' que practican los padres con o sin fines de lucro, exhibiendo a sus hijos al mundo. Millones de seres humanos, profundamente aburridos de su realidad y sintiendo que no son capaces de cambiarla, navegan y se ahogan entre millones de imágenes ajenas que les distraen de la vida propia. Los buscadores de Internet, creados por grandes corporaciones, más poderosas que la mayoría de los gobiernos, recopilan y sistematizan la información sobre miles de millones de internautas, para adelantar sus deseos y sueños, hundiéndolos cada vez más en un espacio que nada tiene que ver con sus vidas. Un celular con internet se convierte en una especie de droga, la más potente, que controla mentes, sentimientos y deseos y vende incluso cuando se supone que no vende.
Todos somos seres sociales, es normal que busquemos reconocimiento y aprobación de los demás, esto no es un problema. Lo grave comienza cuando nos olvidamos de nosotros, dejamos de crecer como humanos y nos identificamos con nuestro reflejo en la pantalla, como si tuviera algo de valor por sí sola. Nos empezamos a percibir y a ofrecernos al mundo como si fuéramos un objeto, una extensión de nuestro celular. Entonces el sentido de los encuentros, las relaciones, los viajes o las aventuras se convierte en la excusa para un selfi, para competir con otros selfis por un número de 'likes' de desconocidos.
El capitalismo globalizado, junto con los países, las economías, las culturas y la naturaleza, destruye también nuestra imaginación y nuestra capacidad de sentir como humanos. Nos desconecta de la espiritualidad y no nos deja entenderla, porque prioriza lo secundario como fundamental hasta quitarnos la capacidad de ver la vida que transcurre fuera de la pantalla.
Seguramente a los jóvenes de hoy les costará imaginar que hace solo unas décadas, nosotros, cuando éramos adolescentes, soñábamos con los 'teléfonos con video' para poder llamar a otro y conversar viendo su cara. Nos parecía algo fascinante, casi imposible, y las llamadas de larga distancia (o a otro país) eran algo carísimo y había que aprender a sintetizar lo más importante en unos cuantos minutos. O las cartas, que escribirlas requerían sosiego, pensamientos, tiempo, que, además, se esperaban por semanas. No estoy romantizando aquí 'el atraso tecnológico'. Las oportunidades que hoy nos brinda la tecnología son maravillosas e increíbles. Las preguntas son otras: ¿En manos de quiénes está? y ¿'a qué intereses sirve' el despegue tecnológico de nuestros días? ¿Para que el míster Musk pueda salir a cenar con su amada robot, porque las mujeres de carne y hueso ya son aburridas para los superhombres? ¿Para que podamos destruir países enteros apretando botones y sin sentir algo muy diferente a un juego digital?
Nos destruye no sólo el tráfico de armas, de drogas y de seres humanos. En el mundo virtual, el que habita en la ventanita de unas cuantas pulgadas acompañándonos ya de por vida, están las gigantescas industrias de juegos, de porno, y de apariencias de todo tipo, las que nos hacen adictos e incapaces de relacionarnos con otras personas, porque "los humanos no son tan entretenidos", como nos explicará cualquier ludópata. Nos enferman, nos mutilan, nos castran, nos matan. Igual que la gran mafia farmacéutica mundial nos hace dependientes de las drogas, las pantallitas celulares nos hacen dependientes de las imágenes, sensaciones y relaciones que, en realidad, jamás existieron.
Aparte de enfermarnos, nos construyen el pensamiento político, los gustos estéticos y nos generan la ilusión de saberlo todo, porque Wikipedia lo dice…
Es increíble ver que el pensamiento humano, que nos sacó una vez de las cuevas, y nos entregó estos milagros tecnológicos quede ahora a merced de un sistema cavernícola y obsoleto que concentra toda la riqueza, el poder y el conocimiento en un puñado de seres con ayuda de grandes tecnologías, que en estos tiempos nos está devolviendo a las cuevas de la imbecilidad y de la ignorancia suprema.
¿Cómo recuperamos nuestras verdaderas caras de ese estrecho marco para selfis que nos impusieron?
Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de RT.