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Lecciones desde las ruinas: Gaza, dos años después del 7 de octubre

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Lecciones desde las ruinas: Gaza, dos años después del 7 de octubre

Dos años después del 7 de octubre de 2023, Palestina sigue siendo una herida abierta, pero también es un horizonte. Con la perspectiva que nos da el tiempo, podemos afirmar que la operación 'Tormenta de Al Aqsa' no fue solo una acción militar, sino que abrió una grieta histórica que es urgente analizar. Si observamos a través de esa grieta se asoma el verdadero rostro del mundo contemporáneo: un orden internacional que todavía organiza su jerarquía sobre la base del colonialismo, la segregación y la mentira, pero que cada vez lo puede hacer menos.

Y es en este escenario en el que debemos leer también el acuerdo de paz firmado, que representa una victoria para los palestinos. A fin de cuentas, era precisamente ese intercambio de prisioneros el objetivo base de la operación del 7 de octubre. Pero esta victoria no clausura el conflicto; solo traza un nuevo momento para un proceso más amplio. Es apenas un paso más en un camino hacia la descolonización de Palestina, única garantía real para la paz regional.

En estos dos años, Gaza se convirtió en el epicentro del horror, pero también en el lugar donde comenzó a resucitar el sujeto político del Sur Global, anteriormente conocido como el Tercer Mundo. La devastación —más de 60.000 muertos, hospitales destruidos, calles borradas del mapa— reveló la crudeza de un proyecto colonial que nunca se disimuló del todo. Pero esta vez, la narrativa no fue monopolio de las potencias occidentales. Sudáfrica, heredera de la experiencia del apartheid, llevó a Israel ante la Corte Internacional de Justicia y rompió el cerco de la impunidad. A su lado, países como Colombia y otras naciones del Sur se sumaron a una denuncia que resonó como un eco de Bandung: el retorno del "Tercer Mundo" como conciencia colectiva frente a un orden global cada vez más ilegítimo e inestable. En medio del genocidio, Gaza logró lo impensable: unificar las voces dispersas de los pueblos oprimidos y devolver a la historia la idea de que la descolonización sigue siendo la tarea pendiente del siglo XXI. Fundamental en un mundo que abraza nuevas ideas de multipolaridad.

En su reverso, durante estos dos años, Occidente fue desenmascarado y se destruyó a sí mismo simbólicamente frente al resto del planeta. Mientras Israel declaraba la "autodefensa", Occidente sostenía con solemnidad ese discurso como si fuera transparente e inocente; pero la realidad fue otra: el 7 de octubre, Palestina ya estaba ocupada, sitiada y criminalizada —la resistencia no comenzó ese día porque nunca dejó de existir—. Esa concepción ilógica de defensa del ocupante frente al oprimido expuso la lógica colonial que subyace a este relato. Esa incoherencia además evidenciaba el carácter estructural de una hipocresía mantenida: la falsificación del derecho mientras se avalaba un genocidio retransmitido en directo. La defensa de una supuesta superioridad moral y de una "democracia" liberal de exportación se evidenciaba como la máscara del colonialismo contemporáneo.

En medio del genocidio, Gaza logró lo impensable: unificar las voces dispersas de los pueblos oprimidos y devolver a la historia la idea de que la descolonización sigue siendo la tarea pendiente del siglo XXI.

Al mismo tiempo, la relatora de la ONU, Francesca Albanese, denunciaba sistemáticamente la deshumanización de los palestinos y la comisión de actos que "plausiblemente" constituyen genocidio según el Tratado de Roma. Y su mandato era objeto de ataques discursivos y políticos: fue acusada de sesgo antisemita, se cuestionó su idoneidad y, en 2025, incluso recibió sanciones de EE.UU. por su labor. Naciones Unidas se veía así colapsada, demostrando la necesidad de rearticular este necesario foro bajo nuevos principios que le permitan servir para lo que fue creado.

Así, la narrativa occidental vivió tres simultáneos procesos de quiebre: su discurso del mundo basado en "normas" se desplomó con la exposición de una "autodefensa" no sujeta a legalidad alguna; su moralidad se fracturó en la complicidad con el exterminio; y su poder simbólico colapsó ante las voces disidentes, incluso dentro de su propio territorio, que supieron ver en Palestina no un conflicto remoto, sino la columna vertebral de un sistema de injusticia global.

Por último, estos dos años también abrieron grietas profundas en Israel. Muchos —yo misma— vimos en la operación 'Tormenta de Al Aqsa' del 7 de octubre de 2023 una debilidad inconcebible para un Estado militar que nos enseñaron como infranqueable. Algo falló. ¿Sus servicios de inteligencia, otrora omnipresentes? ¿Su propia capacidad militar, corroída por décadas de impunidad y arrogancia? Dos años después se confirma: pese al genocidio, Israel no ha conseguido tomar Gaza. La mayoría de sus víctimas son civiles y muchos de ellos, además, niños. Tampoco ha podido invadir Líbano, como si hizo en el pasado, aunque debemos recordar que ya en 2006 había sufrido un serio revés estratégico frente a Hezbolá, que desbordó sus expectativas militares. Y, por último, el enfrentamiento directo con Irán desmontó su presunta cúpula de acero. El mito de la invulnerabilidad israelí se fracturó, y con él, otro pilar fundamental del proyecto sionista, abriendo una nueva grieta.

Israel se construyó sobre la premisa de la "seguridad existencial", lo que servía para "justificar" su expansión colonial bajo esa máscara. Pero esa seguridad, que exigía el despojo y la humillación de otro pueblo, se ha revelado incompatible con cualquier noción de estabilidad. La radicalización del gobierno de Netanyahu —sostenido por una alianza de fanatismo religioso, intereses corporativos y colonos armados— ha quedado en evidencia no como una desviación del sionismo, sino como un desenlace natural. Mientras su aparato militar se exhibe cada vez más brutal, su legitimidad política se desangra tanto a nivel internacional como internamente.

Descolonizar Palestina significa algo más que liberar un territorio, y mucho más que conseguir un necesario alto el fuego del que no tenemos certezas ni garantías. Descolonizar Palestina para con ello garantizar la paz y la seguridad en la región implica desmontar la arquitectura ideológica y económica que sostiene la dominación global. Porque el apartheid israelí no es más que un modelo exportado: una versión anacrónica del viejo colonialismo. Es este hilo histórico el que universaliza la causa palestina, más allá de la natural solidaridad. Si el mundo vuelve a aceptar un genocidio, si lo normaliza, todo quedará legitimado.

Como escribió el poeta palestino Mahmoud Darwish: "Sobre esta tierra hay algo que merece vivir". El siglo XXI solo tendrá sentido si retoma la tarea que el XX dejó pendiente: la descolonización integral del planeta. Y en esa empresa, Palestina es hoy mucho más que una brújula moral.

Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de RT.

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