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Marco Rubio, el 'consigliere' de la diplomacia mafiosa de Trump

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Marco Rubio, el 'consigliere' de la diplomacia mafiosa de Trump

Imagina a Don Vito Corleone con corbata roja, una cuenta de X en lugar de gato persa y el código nuclear en el bolsillo: así se conduce Donald Trump en su segundo mandato.

Reparte "ofertas que no puedes rechazar" en forma de aranceles del 50 %, promete "protección" a quienes se alineen y envía matones diplomáticos —léase sanciones y drones— para escarmentar a los que se salgan del guion. En ese teatro de extorsión global, el nombramiento de Marco Rubio —criado en la trastienda mafiosa de Miami— como secretario de Estado no es un giro inesperado, sino el golpe maestro de un padrino que necesitaba un 'consigliere' bilingüe capaz de sonreír a cámara mientras pasa la cuenta del recaudador imperial.

Para entender el símil conviene aclarar el rol. En la jerarquía clásica de la Cosa Nostra, el 'consigliere' es el consejero de máxima confianza del jefe: no derrama sangre con sus propias manos, pero diseña la estrategia, sopesa riesgos, gestiona alianzas y transmite las órdenes con la autoridad de quien habla en nombre del padrino. Es, en suma, el puente entre la familia mafiosa y el mundo exterior —el que negocia, intimida o soborna según convenga—, siempre con rostro afable y distancia calculada de la violencia que él mismo orquesta.

Rubio no cayó del cielo. En Miami, la "mafia anticastrista" funciona como vivero político y caja negra de financiación. 

Trasladado al organigrama federal, ese papel corresponde al secretario de Estado. Desde 1789, el cargo ha sido mucho más que una cancillería: Thomas Jefferson lo estrenó comprando territorios; Henry Kissinger lo convirtió en cerebro de bombardeos "estratégicos"; Hillary Clinton lo refinó como departamento de 'soft power' con drones; Mike Pompeo lo devolvió a la teología del enemigo externo. Ahora Rubio actualiza la función a la era del 'influencer': tuitea sanciones a Venezuela por la mañana, graba un 'reel' antimigrante al mediodía y firma, al caer la tarde, un memorando de venta de misiles "defensivos" a Taiwán. La institución que antaño presumía de diplomacia ilustrada exhibe hoy, sin pudor, su metamorfosis en agencia integral de guerra híbrida y mercadeo electoral.

Rubio no cayó del cielo. En Miami, la "mafia anticastrista" —un entramado que va de los exiliados armados de los años 60 a los PAC millonarios de hoy— funciona como vivero político y caja negra de financiación. Norman Braman, magnate de concesionarios de lujo que invierte millones en campañas a cambio de exenciones fiscales, y Paul Singer, buitre de la deuda argentina y mecenas del lobby halcón, riegan ese terreno de donde germina el actual secretario de Estado.

Hijo de exiliados cubanos, criado en la liturgia de la mafia cubana, saltó de concejal de West Miami a presidente de la Cámara estatal gracias a estas redes que combinan dinero fácil, medios locales incendiarios y una cultura de impunidad forjada en la Guerra Fría. No es casualidad que las mismas fundaciones que apadrinaron a terroristas como Luis Posada Carriles también hayan impulsado sanciones económicas que estrangulan a Cuba y Venezuela. Quince años y decenas de cheques después, aquel joven que en 2016 chocaba con Trump es ahora su canciller: la prueba viviente de que en Washington bipartidismo y belicismo siguen siendo, como siempre, la misma familia.

Como buen capo que cobra "protección" en su barrio, Rubio ha resucitado la Doctrina Monroe con esteroides: recién llegado al cargo amplió las sanciones a Venezuela, etiquetó al Tren de Aragua como "organización transnacional", congeló activos de PDVSA, y acto seguido, engordó la lista negra cubana hasta incluir incluso hoteles que facturan en MLC. Así, el 'consigliere' demuestra que la diplomacia de Trump aplica la ley del bate beisbolero: primero se visita al vecino más próximo y se le explica cuál es la tarifa.

No es casualidad que las mismas fundaciones que apadrinaron a terroristas como Luis Posada Carriles también hayan impulsado sanciones económicas que estrangulan a Cuba y Venezuela.

El siguiente golpe sube de barrio a ciudad. Con un mismo decreto, la Casa Blanca impuso un arancel-castigo del 50 % a todas las importaciones brasileñas —represalia ejemplar por la investigación judicial al bolsonarismo y advertencia a Lula por sus relaciones con Pekín y Moscú— y ha calcado la misma tasa para India por atreverse a comprar crudo ruso. El mensaje mafioso es inequívoco: quien se aparte de la "familia dólar" pagará peaje. Rubio lo envuelve en retórica, pero el resultado es un doble cerco —comercial y financiero— contra cualquier autonomía del Sur Global y, de paso, una lección preventiva para los aspirantes a BRICS +.

Y cuando la extorsión económica no basta, llega la violencia directa. EE.UU. ya ha estrenado guerra este mandato con su ataque contra las instalaciones nucleares iraníes, una "guerra preventiva" iniciada por Israel para desviar la atención del genocidio en Gaza, mientras la Casa Blanca jugaba a discursos contradictorios y triunfalismos incomprensibles.

Entretanto, la contienda que Trump prometió resolver "en 48 horas" se pudre en Ucrania: Washington anuncia una cumbre inminente con Zelenski y Putin, aunque Moscú, como es natural, pueda recelar de un emisario que reparte sanciones con una mano y abrazos fotográficos con la otra. Lo cierto es que la sangría ucraniana ya incomoda a la Casa Blanca, que intenta endosar la factura a la Unión Europea: primero arrancándole un acuerdo arancelario del 15 % y luego con el compromiso a dedicar un histórico 5 % del PIB a la maquinaria atlántica. Así funciona la praxis mafiosa de Trump: cobrar por la "seguridad" que él mismo pone en riesgo y pasar a otros la cuenta final.

Hoy el Sur Global se organiza fuera de la chequera imperial: BRICS +, pagos en monedas locales, corredores comerciales que esquivan el dólar y una diplomacia multilateral que no acepta mordidas.

Desde John Quincy Adams —el cerebro real de la Doctrina Monroe—, la butaca de Foggy Bottom ha sido el timón de cada mutación imperial. En ese sentido, Marco Rubio certifica, como ningún otro podría hacer, la mutación mafiosa de la diplomacia estadounidense: la vieja "pax americana" se ha convertido en un sistema de extorsión global donde las sanciones son "cuotas de protección", los aranceles ajustes de cuentas y los bombardeos castigos ejemplares retransmitidos en 'streaming'.

Sin embargo, la escena final ya no la escribe Washington. Igual que Michael Corleone advierte en 'El Padrino II' que los rebeldes cubanos no cobran sueldo —y que por eso pueden vencer—, hoy el Sur Global se organiza fuera de la chequera imperial: BRICS +, pagos en monedas locales, corredores comerciales que esquivan el dólar y una diplomacia multilateral que no acepta mordidas. El imperio recurre a un capo bilingüe como Rubio para imponer su tarifa, pero cada vez encuentra más mesas donde nadie se sienta a negociar. Y quizá convenga recordar que Michael Corleone —como tantos mafiosos refugiados luego en Miami y que impulsaron figuras como Marco Rubio— amaneció el 1 de enero de 1959 huyendo precipitadamente de una Cuba que, entre fuegos artificiales, estrenaba revolución.

Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de RT.

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