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EE.UU. y Europa: entre la cooperación y la competencia
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Decía Lenin sobre el debate de la posible creación de los "Estados Unidos de Europa", que estos serían imposibles o reaccionarios, una predicción que resuena en la evolución del capitalismo internacionalizado y en los conflictos abiertos entre las potencias imperialistas.
A lo largo del siglo XX y hasta la actualidad, la relación entre EE.UU. y Europa ha sido una mezcla de cooperación y competencia. Si bien han actuado como aliados dentro del bloque atlantista, sus intereses económicos y geopolíticos han chocado en múltiples ocasiones.
El surgimiento de la Comunidad Económica Europea (CEE), y posteriormente de la Unión Europea (UE), fue una respuesta a la pérdida de influencia de las economías en el viejo continente tras la Segunda Guerra Mundial.
La UE se configuró como un bloque económico que buscaba fortalecer su posición en el mercado mundial. Sin embargo, la relación con EE.UU. ha estado marcada por tensiones estructurales que se han manifestado en la política monetaria, las estrategias de expansión económica y las intervenciones militares.
Con EE.UU. consolidado como la principal potencia imperialista, la UE se configuró como un bloque económico que buscaba fortalecer su posición en el mercado mundial. Sin embargo, esta relación ha estado marcada por tensiones estructurales que se han manifestado en la política monetaria, las estrategias de expansión económica y las intervenciones militares.
Uno de los ejemplos más claros de este enfrentamiento entre "aliados" fue la crisis de Irak, en 2003. La decisión de Sadam Hussein de aceptar el euro como divisa en el programa 'Petróleo por Alimentos' representó una amenaza para la hegemonía del dólar. El temor de EE.UU. a que otros países siguieran el mismo camino fue uno de los elementos que influyeron para la invasión ilegal de Irak por las fuerzas estadounidenses, pese a la lógica oposición de potencias europeas como Francia o Alemania.
Algo similar ocurrió cuando EE.UU. decidió, en 2018, salir unilateralmente del Acuerdo Nuclear con Irán, firmado en 2015. Tras la suscripción del Acuerdo, muchas empresas europeas, sobre todo de Francia y Alemania, empezaron a invertir en Irán. Empresas como Total (energía), Airbus (aeronáutica) y Renault (automóviles) vieron una oportunidad de expansión en el mercado persa. Sin embargo, la retirada unilateral durante la primera legislatura de Donald Trump vino acompañada de sanciones que implicaban que cualquier compañía que hiciese negocios en Irán sería excluida del circuito financiero estadounidense. El temor a las represalias por parte de EE.UU. forzó a estas compañías a abandonar sus inversiones en el país.
Cabe destacar que, aunque Joe Biden llevaba en su programa electoral la vuelta al Acuerdo nuclear, esto nunca se produjo, lo que demuestra, una vez más, que las políticas implementadas tanto por los presidentes republicanos como por los demócratas, en última instancia, siempre corresponden a una estrategia compartida que se refleja en una política complementaria y de continuidad.
Aunque Joe Biden llevaba en su programa electoral la vuelta al Acuerdo nuclear, esto nunca se produjo, lo que demuestra, una vez más, que las políticas implementadas tanto por los republicanos como por los demócratas siempre corresponden a una estrategia compartida.
La Unión Europea trató de salvar el pacto desarrollando INSTEX (Instrument in Support of Trade Exchanges), un sistema financiero alternativo que evitaba la intermediación del dólar y los bancos estadounidenses, sin embargo, la falta de respaldo político y empresarial en Europa, la presión de EE.UU. y la exclusión del sector energético, supusieron el fracaso prácticamente total de este mecanismo.
Paradójicamente, no ocurrió del mismo modo con los otros firmantes del Acuerdo Nuclear. Mientras que la UE fracasó en sus objetivos, China y Rusia lograron sortear las sanciones estadounidenses mediante el uso de monedas alternativas, intermediarios comerciales y acuerdos estratégicos. Esta cuestión que demostró que, pese a que EE.UU. mantiene un gran poder en la economía a nivel internacional, este dominio no es absoluto.
De hecho, la imposición de medidas coercitivas unilaterales está sirviendo también como un incentivo para acelerar el desarrollo de estructuras fuera del control del dólar, como el uso de monedas alternativas (por ejemplo, el yuan como moneda de intercambio en países de la OPEP+); la implementación de sistemas alternativos al SWIFT, como el CIPS de China o el SPFS de Rusia; y el aumento de acuerdos bilaterales de compensación como los establecidos entre India e Irán.
Aunque podríamos incluir muchos otros ejemplos de estos escenarios de conflicto —como la salida unilateral estadounidense en Afganistán o el Acuerdo AUKUS, que incluso supuso una crisis diplomática entre París y Washington— hay dos escenarios fundamentales, que además vuelven a estar de actualidad, y que recrudecen la relación contradictoria entre estas potencias: la guerra comercial y los aranceles implementados por EE.UU. en Europa y todo lo que rodea al conflicto en Ucrania.
Los discursos contra la migración o supremacistas sirven para justificar intervenciones en otros países y la marginalidad de la mano de obra dentro de las fronteras europeas, reforzando el neocolonialismo y asegurando el ciclo de expolio.
Desde las negociaciones de paz al margen de Europa implementadas recientemente por Trump hasta las consecuencias de la ruptura comercial con Rusia para la economía europea, pasando por la voladura del Nord Stream que, según la profunda investigación del reconocido periodista estadounidense Seymour Hersh, fue perpetrada por Washington en alianza con Noruega y supondría un paso más en las "hostilidades", la pregunta más pertinente en este momento es por qué, pese a todo, se mantiene la alianza entre EE.UU. y Europa.
En ese sentido, debemos ser conscientes de que la integración europea no fue impulsada como una alianza de los pueblos, sino como reflejo de la necesidad del capital europeo de fortalecerse ante el dominio estadounidense y la posible competencia de otras potencias. Además, el mercado común y la moneda única permitieron consolidar el control del capital financiero europeo sobre los países periféricos de la UE, especialmente en el Este y el Sur.
A su vez, este proyecto esconde una forma de enfrentar los procesos de descolonización con nuevas formas de dominación encubierta sobre las excolonias. Uno de los escenarios donde se manifiesta de forma más evidente es en la política migratoria, que convierte a países como Marruecos, Turquía y en su momento Libia, en un cinturón que permite regular el flujo migratorio de mano de obra barata, solo con el fin de sostener la economía capitalista europea.
Por ese motivo, los discursos contra la migración o supremacistas, como el del 'jardín' de Josep Borrell, sirven para justificar intervenciones en otros países o la marginalidad de esta mano de obra dentro de las fronteras europeas, reforzando el neocolonialismo y asegurando el ciclo de expolio del que los grandes capitales de estas potencias se benefician.
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La Unión Europea reproduce la lógica imperialista, al igual que los EE.UU., tanto dentro del bloque como fuera de é. Del mismo modo, comparte su actual objetivo geopolítico ante el auge de un mundo multipolar que rompe con las dinámicas de dominación.
La solución a este escenario pasa no solo por la agudización de las contradicciones en el plano internacional, ni por la creciente competencia entre los aliados atlantistas, sino también por el más que necesario impulso de la lucha de clases a nivel interno. Mientras los 'dueños' de estos Estados (tanto en Europa como en EE.UU.) sigan siendo el gran capital y sus intereses, vamos hacia la pérdida de derechos, la guerra y la incoherencia con consecuencias impredecibles.
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