En 1971, la Unión Soviética llevó a cabo un experimento único sometiendo a una exigente prueba al Chernomor, una estación submarina para investigación científica en la que ya se llevaba trabajando varios años. Todo estaba listo para llevarla al límite de sus capacidades sumergiéndola a una profundidad y un tiempo más desafiantes: 15 metros y 70 días. Si bien pasó a la historia de la investigación oceanográfica nacional como una misión récord, no terminó del todo como los científicos lo habían planeado.
El interés de los oceanógrafos soviéticos por la creación de laboratorios habitables en el fondo marino surgió hacia 1966, impulsado por una serie de experimentos submarinos realizados por el legendario explorador oceánico francés Jacques-Yves Cousteau. Así, luego de que el Instituto de Oceanología P. P. Shirshov de la Academia Rusa de Ciencias evaluara las posibilidades que daría a los buzos estudiar 'in situ' ese entorno natural, en 1967 nació el primer Chernomor. Al año siguiente comenzaron los experimentos científicos submarinos en el mar Negro y se convertiría en el laboratorio más grande y avanzado de la URSS en cuanto a profundidades.
Una 'casa' bajo el agua
En la construcción de esta 'casa submarina' se vieron involucrados miembros de clubes técnicos submarinos, diseñadores de maquinaria y estudiantes del Instituto de Aviación de Moscú, cuenta en una artículo el Instituto de Oceanología, que estuvo a cargo de la dirección técnica del proyecto. En forma de cilindro horizontal con ocho metros de largo, podía albergar a cinco personas y estaba dividido principalmente en tres zonas: una de descanso, con camarotes para el equipo, una de trabajo y una con escotilla para la salida de los buzos al agua e instalaciones sanitarias.

Su diseño incorporaba varias características propias de un submarino. Un sistema de lastre de agua para controlar la flotabilidad, que le permitía sumergirse o emerger a la superficie, y un casco resistente para soportar la inmensa presión del agua a grandes profundidades. Además, contaba con cilindros de mezcla de gases, para purificar el aire del dióxido de carbono y las toxinas antropogénicas, y energía eléctrica almacenada en baterías. En casos de emergencia, podía funcionar de forma autónoma por cierto tiempo, sin suministro de aire ni electricidad desde la superficie.
Su primera inmersión fue en el verano de 1968, a una profundidad de 14 metros, en una bahía cerca de la ciudad de Gelendzhik, a orillas del mar Negro. Se estudiaron los sedimentos del fondo, con ayuda de perforadoras neumáticas, cuestiones relacionadas con la biología y el comportamiento de los peces y se realizaron análisis físicos con instrumentos de medición. Luego de cumplir su primera temporada de trabajo, la estación submarina fue modernizada en 1969 y renombrada Chernomor-2.

Hacia el reto de la inmersión más larga
En 1971, el Chernomor-2 experimentó una nueva actualización y se reorganizaron sus sistemas de soporte vital y suministro de energía, simplificándolos y haciéndolos más fiables. Aunque el laboratorio estaba conectado a la costa por un cable de suministro de electricidad y un cable de comunicación telefónica, ahora era más autónomo. Contaba con reservas de oxígeno para entre 25 y 30 días, mezcla de gases para entre 15 y 20 días, y baterías de emergencia con energía suficiente para 8 o 10 días.
En julio de ese mismo año, el Chernomor-2 fue llevado al agua y sometido durante dos semanas a pruebas técnicas. Se entrenó a quienes formarían parte del nuevo personal y se perfeccionaron los métodos de apoyo técnico desde la superficie. Todo estaba listo para llevar a cabo un experimento de supervivencia bajo el agua que pondría a prueba a todo el equipo.

El personal se instaló en el laboratorio el 1 de agosto con el propósito de permanecer 70 días a una profundidad de 15 metros (el récord mundial a esa profundidad eran 60 días hasta ese entonces). Su tarea consistía en registrar la iluminación del campo submarino, estudiar la litodinámica de la zona costera del mar y los organismos vivos (biocenosis) de los suelos. Además, ellos mismos se sometieron a análisis médico-fisiológicos diariamente. Si bien, gran parte de la jornada la dedicaban al trabajo, también tenían tiempo para descansar, leyendo o escuchando música, y 'paseando' por las noches fuera de la estación. Incluso, eran visitados por personal de la superficie.
El mar tenía otros planes
Durante su segundo mes de estancia bajo el agua, las condiciones de vida se volvieron cada vez más difíciles. El funcionamiento continuo de la gran cantidad de aparatos y equipos electrónicos con que contaban había provocado una subida en la temperatura del aire, a lo que se sumaba una humedad de casi un 100 %. Esas condiciones eran el caldo de cultivo perfecto para microorganismos patógenos, como estafilococos y otras bacterias, de las cuales los investigadores intentaban protegerse limpiando sus cuerpos con alcohol a diario. El intenso calor que debían soportar al interior, que contrastaba con el duro frío que enfrentaban durante los trabajos externos, los hizo proclives a problemas respiratorios. Uno de ellos tuvo que ser sustituido tras haber enfermado.

En la madrugada del 20 de septiembre se desató una tormenta inusualmente fuerte que cambiaría las cosas para el Chernomor. Las aguas azotaron la estación, que golpeaba el fondo, se movía, se balanceaba y giraba; además, se rompió el cable de suministro de electricidad y se agotaron las baterías a bordo. Los cartuchos de oxígeno se agotaron y la purificación del gas respirable cesó, por lo que los acuanautas tuvieron que usar su equipo de buceo de emergencia. Mientras tanto, en la costa se preparaban a toda prisa para rescatarlos.
Sorprendentemente, no cundió el pánico, aunque los submarinistas sabían que se enfrentarían a una descompresión explosiva si intentaban un ascenso en caso de emergencia. La incertidumbre de la situación se prolongó durante más de 12 horas. Sin embargo, para fortuna del equipo, los tanques que servían de lastre al Chernomor se rompieron y eso lo aligeró. Flotó y fue arrastrado por las olas hacia la orilla, terminando en un banco de arena.

Todos fueron rescatados, pero diez minutos después, fueron llevados a una cámara de descompresión a una profundidad de 30 metros. Esto permite a los buzos liberar de forma segura el nitrógeno acumulado en su sangre para reducir los riesgos asociados a una estancia prolongada bajo el agua. El tratamiento se prolongó por más de dos días, aunque el período de recuperación completa para todos fue más largo. Sentían cansancio, dolor de cabeza y fatiga excesiva. Algunos sufrieron graves problemas de salud.
Un refugio submarino inolvidable
Este audaz experimento duró 52 días. Fue la estancia submarina humana más larga lograda en la Unión Soviética. Asimismo, los datos obtenidos con la inmersión le permitieron al Instituto de Oceanología completar una etapa importante en el campo de la investigación submarina.
Esta experiencia ayudó a optimizar los trabajos futuros del Chernomor, que prestó servicio a la ciencia nacional por mucho más tiempo siendo el único refugio de su tipo en el mundo que estuvo en el fondo marino durante cinco temporadas consecutivas. Más de 50 científicos de todo el país trabajaron allí con varios equipos. Finalmente fue transferido a Bulgaria, donde durante muchos años sirvió como pieza de museo en Varna, pasando a la historia de la investigación oceanográfica nacional como la primera 'casa submarina' del país y una de las últimas del mundo.
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