En enero de 2003, dos mujeres fueron asesinadas en un mismo aparcamiento del barrio El Putxet en la ciudad española de Barcelona. La similitud de las circunstancias que rodearon ambos crímenes y, especialmente la brutalidad que los caracterizó, desató un pánico generalizado en una ciudad atemorizada por la presencia de un presunto asesino en serie.
El 11 de enero de ese año, María Ángeles Ribot, de 49 años, entró a retirar su coche de un parking privado de la calle Bertran cuando fue abordada por un desconocido en la escalera de salida principal, que la intimó con un arma blanca. La condujo a la fuerza hacia la escalera de la quinta planta, el lugar más solitario del estacionamiento. En medio de todo el forcejo, María resultó con heridas superficiales en los brazos y las manos, y otras penetrantes en la zona costal y en el abdomen.
La instigó para que le entregara su bolso y le revelara la clave de su tarjeta bancaria, y luego la golpeó con violencia y sevicia repetidamente en la cabeza con un martillo de encofrador hasta romperle el cráneo. La cubrió con una bolsa plástica negra y se retiró tranquilamente después de esconder el cuerpo en un hueco de la escalera que lleva al sótano del inmueble.
La sospechosa ausencia de María en casa condujo a sus hijos hasta el parqueadero donde, tras una búsqueda exhaustiva, hallaron su cuerpo sin vida. Agentes de Homicidios llegaron al lugar y encontraron algunas pistas. Dos marcas de zapatos, una en el suelo y otra en el abrigo de la víctima, así como dos colillas de cigarrillo, una en el suelo y otras en una papelera, revela un documental de 2020 sobre el caso.
Más que un simple robo
Inicialmente se sospechaba que había sido un intento de asalto violento con fines económicos, ya que a la víctima le robaron el bolso y, poco después del crimen, intentaron sustraer de su cuenta 300 euros desde un cajero automático sin éxito, según documentos judiciales. Sin embargo, hubo un hecho que cambió el rumbo de la investigación y que descolocó a las autoridades: durante el levantamiento del cadáver el esposo de María, Antonio, recibió un SMS enviado desde el teléfono de su mujer.
"Me encuentro bien pero no me esperéis esta noche, no iré a dormir", decía la nota, según un artículo del diario La Vanguardia.
Dos días después del asesinato, volverían a comunicarse con Antonio. El sujeto al otro lado de la línea le dijo que sabía lo que había pasado con su esposa y le ofreció la información a cambio de 2.000 euros (unos 1.300 dólares). Entonces se descartó que el móvil fuese solo económico y los detectives le pidieron a Antonio que colaborara con ellos y obedeciera las órdenes del presunto homicida. Este le dio varias instrucciones para que dejara el dinero en determinados lugares donde nunca apareció nadie.
Al día siguiente, el 14 de enero, mientras estaba en el cementerio por el entierro de María Ángeles, Antonio recibió una nueva llamada en la que lo citaron en el bar Mare Nostrum y le pidieron que llevara el dinero y lo dejara en el lavabo de caballeros del establecimiento. Si bien el sospechoso tampoco se presentó esa vez, las llamadas telefónicas permitieron perfilarlo mejor. Se trataba de un joven, entre 25 y 30 años, que hablaba correctamente catalán y español. Además, se notaba que conocía muy bien el bar y que al parecer era un cliente habitual.
El asesino del 'parking' anda suelto
El supuesto extorsionador no vuelve a comunicarse. Pasan los días y la Policía Científica intenta avanzar con el ADN de la colilla, las huellas, las pisadas y todas las pruebas analizables. Pero sin un sospechoso no tenía con que compararlas y no servían de nada. Mientras tanto, se respiraba un aire de inquietud en el barrio Putxet, las mujeres tenían miedo porque el denominado "asesino del 'parking'" andaba suelto y parecía no haber progresos para su captura.
La siguiente víctima fue Mayte de Diego, de 46 años. Rentaba un gimnasio cercano y aunque su marido siempre la acompañaba, ese día baja sola a buscar el coche. El asesino reproduce de nuevo su primer crimen, el mismo 'modus operandi', solo que mucho más premeditado. La conduce a hasta el mismo hueco de la escalera de la quinta planta, la ata con unos grilletes a la barandilla y le introduce hojas de papel periódico en la boca a manera de mordaza. Le pone una bolsa de plástico alrededor de la cabeza y le destroza el cráneo con el mismo martillo de encofrador. El marido de Mayte encuentra el cuerpo de su mujer en el mismo lugar en el que los hijos de María Ángeles encontraron el de su madre.
Ya se hablaba de un asesino en serie y la Policía estaba convencida de que iba a haber una tercera muerte. Había una histeria y una psicosis. Ninguna mujer de los alrededores quería volver a andar sola por los aparcamientos y preferían estacionar en las aceras, así les costara una multa, aterradas por no morir. La búsqueda del autor de las atrocidades se convirtió no solo en una prioridad, sino en una necesidad.
La caída
Fotogramas obtenidos de las cámaras de seguridad de la ciudad revelaron su rostro. Era un hombre delgado con una incipiente coronilla en la cabeza. Los investigadores tenían su ADN y huellas dactilares, pero no sabían quién era. Entonces, el jefe de Homicidios apostó totalmente por el bar en el que el asesino había citado al marido de la primera víctima. Agentes vestidos de civil vigilaron el local. El 25 de enero, vieron un joven muy parecido al del perfil que buscaban, le pidieron su identificación (DNI), fingiendo un control rutinario, y lo dejaron ir porque todavía no estaban 100 % seguros y tenían miedo de que se escapara.
Se trataba de Juan José Pérez Rangel, de 24 años. La Policía tenía claro que era el asesino, pero lo tenía que demostrar. Lo vigilaron día y noche mientras buscaban más vinculaciones para arrestarlo. Descubrieron que hacía un año había alquilado una plaza para una moto en el 'parking' de los crímenes, y más tarde que tenía una copia de la llave del lugar, lo que explicaba su facilidad para entrar y salir de allí. Los detectives deciden ordenar su detención el 30 de enero de 2003.
Con Pérez Rangel arrestado, se demostró que todas las pruebas en manos de las autoridades coincidían con él. Además, tras un allanamiento a su casa, se encontró en su habitación la evidencia necesaria para cerrar el caso. Destacan las llaves de unas esposas, recortes de periódicos hablando de los asesinatos y una libreta con todas las vigilancias que había hecho durante los días previos a los crímenes: anotaciones de matrículas de coches, horarios, etc.
"No pueden asegurar que no vuelva a matar"
En diciembre de 2004, el también llamado "asesino del 'parking’ del Putxet" fue condenado a 52 años de cárcel por dos delitos de asesinato con alevosía y ensañamiento, y por un delito de robo. "En la sentencia se definió a Rangel como un hombre 'frío y peligroso' que actuó con 'brutalidad' para causar la muerte a golpes de las dos víctimas", detalla La Vanguardia.
La periodista Neus Sala cuenta en un podcast que tuvo la oportunidad de hablar con Pérez Rangel en la prisión de Quatre Camins, donde paga su pena. Aún no había cumplido los 30 años y llevaba cinco en prisión. Defendió con absoluta firmeza su inocencia a pesar de todas las pruebas. Dijo no reconocerse en las imágenes de las cámaras de seguridad y que no tenía la calvicie en la coronilla. "Rangel en la cárcel se había cuidado bien de dejarse crecer el pelo para que, peinado hacia atrás, disimular esa incipiente coronilla. Tenía respuestas para todo", dijo Sala.
"Rangel es uno de los asesinos en serie más peligrosos de nuestro país. Los psiquiatras que lo han tratado no pueden asegurar que no vuelva a matar […] Su comportamiento en prisión ha sido modélico. Hasta ahora no ha reconocido la autoría de sus crímenes", según la periodista.
